Ray Liotta:
"A todos nos era muy fácil desaparecer. Mi casa estaba a nombre de mi suegra, los coches estaban a nombre de mi mujer, mis carnets de la Seguridad Social y de conducir eran falsos, nunca votaba, nunca pagaba impuestos. Mi certificado de nacimiento y mi ficha de la policía eran las únicas pruebas de que estaba vivo.
Lo que más me costaba era dejar aquella vida. Me gustaba esa vida. Nos trataban como a estrellas de cine peligrosas, teníamos todo sólo con pedirlo, y nuestras mujeres, madres, hijos, todos disfrutábamos de lo que hacíamos. Tenía bolsas de papel llenas de joyas apiladas en la cocina, tenía un azucarero lleno de coca junto a la cama.
Podía tener todo lo que quería con una simple llamada de teléfono. Coches, las llaves de una docena de apartamentos en toda la ciudad, apostar veinte o treinta mil dólares en un fin de semana y luego gastar las ganancias en una semana o pedir prestado para pagar al corredor de apuestas.
No importaba; eso no significaba nada. Cuando no tenía un centavo en el bolsillo iba y robaba más. Controlábamos todo. Untábamos a la bofia, untábamos a abogados, untábamos a los jueces, todo el mundo ponía la mano, y por ese motivo todo podía comprarse. Y ahora todo se acabó.
Eso es lo más duro: que hoy todo es distinto. No hay aliciente. Tengo que esperar como todo el mundo, ni siquiera me mandan comida decente. Nada más llegar aquí pedí spaghettis con salsa marinara y me trajeron macarrones con ketchup. Soy un don nadie: y tengo que vivir el resto de mi vida como un gilipollas."
"A todos nos era muy fácil desaparecer. Mi casa estaba a nombre de mi suegra, los coches estaban a nombre de mi mujer, mis carnets de la Seguridad Social y de conducir eran falsos, nunca votaba, nunca pagaba impuestos. Mi certificado de nacimiento y mi ficha de la policía eran las únicas pruebas de que estaba vivo.
Lo que más me costaba era dejar aquella vida. Me gustaba esa vida. Nos trataban como a estrellas de cine peligrosas, teníamos todo sólo con pedirlo, y nuestras mujeres, madres, hijos, todos disfrutábamos de lo que hacíamos. Tenía bolsas de papel llenas de joyas apiladas en la cocina, tenía un azucarero lleno de coca junto a la cama.
Podía tener todo lo que quería con una simple llamada de teléfono. Coches, las llaves de una docena de apartamentos en toda la ciudad, apostar veinte o treinta mil dólares en un fin de semana y luego gastar las ganancias en una semana o pedir prestado para pagar al corredor de apuestas.
No importaba; eso no significaba nada. Cuando no tenía un centavo en el bolsillo iba y robaba más. Controlábamos todo. Untábamos a la bofia, untábamos a abogados, untábamos a los jueces, todo el mundo ponía la mano, y por ese motivo todo podía comprarse. Y ahora todo se acabó.
Eso es lo más duro: que hoy todo es distinto. No hay aliciente. Tengo que esperar como todo el mundo, ni siquiera me mandan comida decente. Nada más llegar aquí pedí spaghettis con salsa marinara y me trajeron macarrones con ketchup. Soy un don nadie: y tengo que vivir el resto de mi vida como un gilipollas."
...gracias a Patty Diphusa.
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