El Capitán hablándole a Pedro, que acaba de ser torturado:
Pedro, usted está muerto y yo también. De distintas muertes, claro. La mía es una muerte por trampa, por emboscada. Caí en la emboscada y ya no hay posible retroceso. estoy entrampado. Si yo le dijera que no puedo abandonar esto usted me diría que es natural, porque sería abandonar el confort, los autos, etcétera. Y no es así. Todo eso lo dejaría sin remordimientos. Si no lo dejo es porque tengo miedo. Pueden hacer conmigo lo mismo que hacen, que hacemos, con usted. Y usted seguramente me diría: "Bueno, ya ves, puede aguantarse". Usted si puede aguantarlo, porque tiene en qué creer, tiene a qué asirse. Yo no. Pero dentro de mi imposibilidad de rescatarme, me queda una solución intermedia. Ya sé que mi mujer y mis hijos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible. Si usted muere sin nombrar un solo dato, para mí es la derrota total, la vergüenza total. Si en cambio dice algo, habrá también algo que me justifique. Ya mi crueldad no será gratuita. puesto que cumple su objetivo. Es solo eso lo que pido, lo que le suplico. Ya no cuatro nombres y apellidos, sino tan solo uno. Y puede elegir: Gabriel o Rosario o Magdalena o Fermín. Uno solito, el que menos represente para usted; aquel al que usted le tenga menos afecto, incluso el que sea menos importante. No sé si me entiende: aquí no le estoy pidiendo una información para salvar el régimen, sino una justificación para salvarme yo, o mejor dicho para salvar un poco de mí. Le estoy pidiendo la mediocre justificación de la eficacia, para que no quede ante mi mujer y mis hijos como un sádico inútil, sino por lo menos como un sabueso eficaz, como un profesional redituable. De lo contrario, lo pierdo todo. (el CAPITÁN cae de rodillas). Pedro, nos queda poco tiempo, muy poco tiempo. A usted y a mí. Pero usted se va y yo me quedo. Pedro, este es un ruego de un hombre deshecho. Usted no es inhumano. Usted es un hombre sensible. Usted es capaz de querer a la gente, de sufrir por la gente, de morir por la gente. Pedro, se lo ruego: diga un nombre y un apellido, nada más que un nombre y un apellido. A esto se ha reducido toda mi exigencia. Igual el triunfo será suyo.
Pedro, usted está muerto y yo también. De distintas muertes, claro. La mía es una muerte por trampa, por emboscada. Caí en la emboscada y ya no hay posible retroceso. estoy entrampado. Si yo le dijera que no puedo abandonar esto usted me diría que es natural, porque sería abandonar el confort, los autos, etcétera. Y no es así. Todo eso lo dejaría sin remordimientos. Si no lo dejo es porque tengo miedo. Pueden hacer conmigo lo mismo que hacen, que hacemos, con usted. Y usted seguramente me diría: "Bueno, ya ves, puede aguantarse". Usted si puede aguantarlo, porque tiene en qué creer, tiene a qué asirse. Yo no. Pero dentro de mi imposibilidad de rescatarme, me queda una solución intermedia. Ya sé que mi mujer y mis hijos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible. Si usted muere sin nombrar un solo dato, para mí es la derrota total, la vergüenza total. Si en cambio dice algo, habrá también algo que me justifique. Ya mi crueldad no será gratuita. puesto que cumple su objetivo. Es solo eso lo que pido, lo que le suplico. Ya no cuatro nombres y apellidos, sino tan solo uno. Y puede elegir: Gabriel o Rosario o Magdalena o Fermín. Uno solito, el que menos represente para usted; aquel al que usted le tenga menos afecto, incluso el que sea menos importante. No sé si me entiende: aquí no le estoy pidiendo una información para salvar el régimen, sino una justificación para salvarme yo, o mejor dicho para salvar un poco de mí. Le estoy pidiendo la mediocre justificación de la eficacia, para que no quede ante mi mujer y mis hijos como un sádico inútil, sino por lo menos como un sabueso eficaz, como un profesional redituable. De lo contrario, lo pierdo todo. (el CAPITÁN cae de rodillas). Pedro, nos queda poco tiempo, muy poco tiempo. A usted y a mí. Pero usted se va y yo me quedo. Pedro, este es un ruego de un hombre deshecho. Usted no es inhumano. Usted es un hombre sensible. Usted es capaz de querer a la gente, de sufrir por la gente, de morir por la gente. Pedro, se lo ruego: diga un nombre y un apellido, nada más que un nombre y un apellido. A esto se ha reducido toda mi exigencia. Igual el triunfo será suyo.
...gracias a Maia.
7 comentarios:
Dos monólogos magníficos, llenos de sensibilidad y realmente profundos, para el lucimiento personal de cualquier actor o actriz que se precie. La obra una maravilla al completo, he tenido la oportunidad de montarla hace algunos años y la estoy retomando pero cambiando el papel de PEDRO por AURORA. Una maravilla.
Vaya con Pedro, que historia, el capitán ya se conformaba con solo un nombre y apellido...
Buena aportación, muchas gracias
Wow, potente y lleno de textura
me ha puesto la piel de gallina...y pensar que ahora macri deja libre a todos esos asesinos..que terrible no haber aprendido de la historia.
Muchisimas gracias!!
Pedro y el capitán. M Benedetti
Perfecto
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