miércoles, 31 de octubre de 2007

La Ciudad Sitiada

Mujer joven:

Tiraron la puerta abajo.
Tiraron la puerta abajo como si fuera papel.
Antes había sentido sus pasos por la escalera,
sus risas por la escalera
y su aliento de borracho
avinagrado y espeso.
Aliento del perro
que ventea una presa,
que olfatea rastreando una presa
todo lo que su aliento le permite.
Supe que me encontrarían
y me escondí en un rincón.
Tiraron la puerta como si fuera papel
pero cayó con un golpe seco
que me hizo temblar de miedo.
Les sentía revolver,
sus alientos ácidos.
Les sentía revolver
y destrozarme la casa.
Sudaba como en Verano
aunque tenía tanto frío que me castañeteaban los dientes.
Pensé que mis dientes
les ayudarían a encontrarme
y me mordí una mano.
Encontraron en un cajón mis bragas
blancas y dobladas
en un cajón.
Les hizo mucha gracia.
Estaban tan torpes
que por poco no me encuentran.
Recé como no rezaba
desde que era muy niña
y quise creer en Dios con toda mi alma
pero no pude.
Rompieron aquel espejo
que me regaló mamá.
Prendieron fuego a la cama
sólo por divertirse.
Acribillaron a tiros la alacena
furiosos porque no había nada que comer.
Empezaba a clarear cuando me encontraron.
Uno de ellos,
casi un niño,
estaba tan borracho
que ni siquiera se le puso dura.
Pero tenía fuerza para golpearme
contra el lavabo
contra el quicio de la puerta
y más tarde a puñetazos
como si yo tuviera la culpa.
Me llamaba puta
y los demás se reían.
Cerré los ojos para no verles
y pude probar hasta cinco babas distintas
hasta cinco alientos distintos,
cinco braguetas distintas
que olían todas igual.
Cinco mugres distintas
encima de mi cuerpo.
Cuando terminaron se fueron.
Se llevaban mis bragas de recuerdo
y por el caño ni siquiera salía agua
con que poder lavarme.

...gracias a Jacarandina.

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